jueves, 1 de noviembre de 2012

El salteño



El año pasado las cosas eran distintas. Año de elecciones y es en ese momento en que los políticos se encargan de dibujar la realidad, no solo las cifras sino que también la realidad. Eramos pocos en el grupo. Solía pasarnos de caminar dos horas (a veces más) y encontrar a muy pocas personas en situación de calle y la verdad eso no nos alegraba mucho. No por el hecho de que no haya gente en situación de calle sino porqué sabíamos que la gente que andaba por el barrio había sido desplazada hacía otros sectores, donde no pudieran ser vistas, por eso mismo no solo se dibujan las cifras.
  Esa tarde cansados de caminar en vano, con la tristeza de sentirnos perdidos en nuestra tarea, ya finalizando decidimos dejar de recorrer. "Basta ya esta chicos, estamos haciendo esto al pedo" "Si es verdad" Literalmente decidimos bajar los brazos.

 Con el telón a medio bajar,  veníamos pasando por el cine de Mendoza y Vuelta de Obligado, había mucha gente, era un Domingo como a las ocho de la noche y de costado escuchamos un tonito muy particular que decía  "¿Como anda la muchachada? 
Un hombre sentado sobre unos escalones que andaba trabajando de trapito y tomando cerveza nos miraba y saludaba a nosotros, entre tanta gente, a nosotros.

Le dimos la mano y empezamos a charlar. Salteño, de casi 40 años, al principio hablaba incoherencias que se ve, se las había regalado esa botella de coca llena de cerveza. Hijo de una mamá musulmana, nos contó que una noche en la calle sintió un calor en todo el cuerpo, fue,  golpeó las puertas de la parroquia y le pidió a Sergio, el cura, que lo bautizara. Todo el tiempo nos repetía, "Yo soy un converso papá" pero la charla no iba para ningún lado, estaba muy borracho y nosotros ya sentíamos que nuestra tarea había terminado para siempre.
  Él se dio cuenta de nuestras caras y ganas de irnos y sacó una carta que le había escrito a la presidente donde contaba toda su historia:  los 90´ y la triste historia de nuestro ferrocarril desmantelado, lo habían dejado en la calle siendo uno de los maquinistas mas jóvenes de nuestro país. Se había venido a Buenos Aires a buscar nuevos horizontes, sueño repetido en nuestra historia y en muchas de las personas que conocimos en estos años. Ya no sabía que hacer, estaba desocupado y preso de sus borracheras. Tenía un changa allá en la estación de Constitución pero toda esa guita la perdía pagando una hipoteca que tenía su familia en salta.
 Sus hijos allá a lo lejos, su madre, ser un paisano entre tanto porteño que lo rechazaba, que miraba hacía un costado. Lloraba desconsolado, cada renglón de esa carta despertaban todas las penas que se llenaba con botellas y botellas de cerveza.. Lo abrazamos  ¿De que sirven las palabras? ¿De que servía decirle frases trilladas? Si no hay nada mas singular que el dolor.

Él nos miro y nos dijo:
 ¿Saben que? Ustedes tal vez ahora no me van a dar dos pesos más para la birra, ni un plato de comida y tal vez no me puedan sacar de la calle. Pero yo necesitaba llorar y ser escuchado y ustedes lo hicieron. Gracias, no se rindan, no dejen de hacer esto..

Lo abrazamos y le agradecimos. En verdad le agradecimos.
Como el salteño hay miles, fruto de la pobreza estructural de nuestra Argentina, de desmantelamientos, de jugarretas de poder que se aprovechan de la gente. De abandono, de una sociedad que no mira, que se asusta, que le teme a la pobreza o peor aún que encasilla al pobre en una posición clientelista.
Pero el salteño para nosotros no fue una charla más, nadie nunca es una charla más. El salteño, fue el milagro, fue el aliento que buscábamos. El salteño y nosotros fuimos lagrimas compartidas frente a la impotencia de nuestra realidad. El salteño fue esperanza y la certeza de que uno de los preferidos del maestro se cruzo en nuestro camino y que el camino no se hace sobre la luz, sino sobre la oscuridad.

Pensarás ¿Un borracho, preferido de Dios? Te contesto ¿Tanto te cuesta aceptar que el medico vino para los enfermos y no para los sanos?