domingo, 9 de septiembre de 2012

La Enana

La plaza, como siempre, lugar de ranchada, de encuentro y al mismo tiempo de muerte. No va a ser fácil de olvidarse de esa primera vez que la vimos. Chiquita, descalza sobre el asfalto, un asma incipiente y una temperatura de 10 grados centígrados según el Servicio Meteorológico Nacional. Le preguntamos su nombre y nos respondió: Me dicen "La Enana". Con ese dejo de picardía en la mirada y un carácter de aquellos, que la calle se encargó de reforzar, empezamos a charlar. Se había escapado de su casa allá por el conurbano hacía mas o menos un año, un padre asesinado antes de que ella naciera y de lo cuál se entero muchos años después cuando su mamá le contó. Una mentira que evidentemente no fue capaz de procesar, porqué figura en la lista de sus razones principales para alejarse de su hogar. Eso sumado a como dice ella que su mamá "la cambio por un macho".
 Ahora su hogar era la ranchada y ese grupo de pibes como ella los definió su familia. Terminamos esa primer charla con un beso y un abrazo. Nos fue muy difícil no poder sentir ese triste aliento a pegamento pero debíamos seguir caminando, como siempre!

Las charlas prosiguieron con el correr de las salidas, fuimos tomando confianza. Pero hubo una noche que fue crucial en nuestros encuentros con ella. Fue en la plaza Noruega, como siempre! Mientras charlábamos con un grupo de señores. En el medio de la plaza se empezaron a escuchar gritos y se veía a una nenita que le gritaba a una señora -Eh guacha! Dame todo! Si a vos te digo!- Pobre señora! Desconcertada aceleró la marcha. Lo más curioso de esa escena fue que no daba miedo, en los gritos de esa nena se percibía otra cosa. Cortamos la charla con los hombres y nos acercamos, efectivamente era La Enana y esos gritos como presuponíamos eran un llanto convertido en amenaza. Se le resbalaban las lagrimas por la cara. Cuando nos vio, se le escapo una sonrisita entre tanta lagrima. Nosotros totalmente desconcertados le preguntamos que le pasaba. Nos empezó a contar, mientras nos sentábamos en un banco de la plaza y le convidábamos un mate cocido. Hacía un frío importante que sumado a su adicción al pegamento y ese estado de llanto desesperado la habían empezado a hacer tener un silbido en la respiración, cosa que nos preocupaba porque ya no tenía mas carga en el inhalador.

Nos contó que un policía le había sacado dos latas de pegamento que no eran de ella y que las tenía que devolver a los pibes que paraban con ella en la ranchada, su familia como los definió en nuestro primer encuentro. Mientras seguía llorando nos repetía una y otra vez que la iban a matar, nosotros tratábamos de tranquilizarla pero a cada uno de nuestros intentos nos respondía con un - No guacho! Vos no entendes, me van a matar! y seguía: "Esta policía de mierda, que me viene a joder! Si yo con lo unico que me drogo es con el jale (así le dicen a a inhalar pegamento), ya deje el paco, la merca, no me inyecto más! Necesito el jale, es lo unico que me mantiene tranquila!. En ese instante me estremecí por dentro. La gente mas grande que nos acompaña en este camino, nos enseña que tenemos que aprender a soltar las historias y a poner cierta distancia, para cuidarnos nosotros. Pero ante esa lista de adicciones y esa edad, me acorde de mi hermanita, la misma edad, me fue imposible no sentir una mixtura entre dolor y ternura por esta nena de tan solo 14 años. En todo este tiempo de recorrer Jesús me enseño que en cierta forma hay que poner el corazón y dejar que los demás nos lo estrujen un poco, para demostrar que estamos ahí al lado dispuestos a sufrir mientras compartimos el camino y volver mas humano el encuentro, entendiendo lo humano como algo divino.

La Enana seguía llorando y nosotros seguíamos mirándonos desconcertados. No sabíamos de que manera intervenir en esa situación. No podíamos comprar pegamento, era como avalarles el consumo a los chicos y meternos en un terreno eticamente escabroso, pero tampoco podíamos quedarnos de brazos cruzados. En el final de la charla apareció Lleca, una de las chicas de la ranchada, que le preguntó a la enana que le pasaba y cuando le contó lo sucedido, le dijo: Ah lloras porque tenes miedo que te hagan algo! 
 Lo que nos faltaba, le pedíamos una ayuda al cielo y nos caía esa sentencia de que a la peque le podía pasar algo. Ya sin ideas le pedimos a Lleca que la cuidara a la Peque y que si los pibes se ponían pesados que les pidieran un poco de tiempo y les dijimos que las esperabamos a las dos a la tarde en Caritas.

Por la tarde estuvimos esperando rato largo, tensa espera, hasta que casí al final apareció. Sana y salva. Entró por la puerta y nos dio un abrazo que nos enterneció, dentro de Caritas no tenía que hacerse la dura y se le escapó ese cariño que habíamos forjado entre todos. Estaba mas tranquila y eso nos tranquilizo y mientras la asistente social le preguntaba como nos conoció, ella contestó que la ayudamos a dejar la droga. Me tendría que haber enojado por semejante mentira, pero su sonrisa me dio ternura, porqué en verdad ella creía que había dejado la droga, parecía olvidarse de que anoche lloraba por su  jale perdido. Tenía un ataque de asma, así que le dimos un inhalador. Los pibes se habían tranquilizado y le habían dado tiempo para conseguir mas pegamento, sé que no suena a solución y no la és! pero al mal tiempo buena cara.

Después de ese episodio la Enana volvió a su casa en Zarate por un tiempo pero luego volvió al barrio. Seguimos charlando con ella y estas lagrimas relatadas no fueron las ultimas que compartimos y por más que se vuelve complicado convencerla para entrar dentro del circuito del BAP y que la droga sigue calando hondo en su cuerpo y en su asma, ese abrazo tan sincero siempre sigue estando. Es muy difícil acompañarla, tan chica, tanta droga pero esta es nuestra misión y nuestra esperanza esta puesta en lo alto.
Aunque a veces parezca que las calles no hablan de Dios, sabemos que el maestro no sigue guiando y nos ayuda a seguir en camino.
Les pedimos que recen por ella..

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