jueves, 20 de junio de 2013

Desde el dolor, desde nosotros.


No nos es fácil mirar el dolor, tampoco no es fácil estar siempre junto al dolor. Hay veces que nosotros también venimos con el corazón muy golpeado, a veces nos duele el corazón porque los tiempos no nos permiten estar encima de todo, controlar todo, creer que con cada caso que nos encontramos en la calle tenemos una solución. Esta misión tiene muchos golpes, el mayor de todos creo que es el golpe hacía nuestro ego, ahí es cuando nos damos cuenta que esta tarea no nos pertenece, no es nuestra. Nosotros caminamos, escuchamos, rezamos, acompañamos, ponemos el cuerpo o mejor dicho, entregamos el cuerpo para que sea el engranaje de algo mucho más grande. Ahí comienza otro trabajo para nosotros, sabernos pequeños pero importantes. No vamos por la calle defendiendo a Dios, sabemos que Dios defiende al que sufre y él se encarga de mostrarnos los signos para seguir a pesar de los vientos.


Hay veces que nos angustiamos como cuando un cartonero que duerme en las Barrancas, nos toma la mano con fuerza y mientras reza pidiendo perdón por todo lo que lo trajo hasta ahí, llora desconsoladamente. Alguna que otra vez nos desconsolamos cuando vemos a alguien que se venía levantando del suelo, de estar sentado con la mano extendida, vuelve a caer. Otras nos asustamos, pero esas mejor no recordarlas, solamente confiar. Otras veces, me emociono, cuando nos veo (cuando los veo chicos) preocupándose por el otro, esperando para acompañar a José al Hospital o deseando salir a recorrer para buscar a alguien en especial ¿Como no emocionarse con su entrega?

Ya lo dije, no es fácil mirar el dolor del otro. No solo nos enfrenta con nuestras penas, nuestros complejos, es literalmente repugnante ese dolor. Es literalmente repugnante mirar a los chicos abrazados al poxipol, una familia con todos los hijos durmiendo sobre unas frazadas que apenas, protegen del  frió del suelo. No hay nada de agradable en mirar el dolor, pero ese es nuestro norte.
Hace unos días me encontré por María por la calle, una viejita divina, medio loquita pero que en su locura dijo algo que me dejo pensando: "Yo había escuchado hablar tanto de la discriminación, pero recién ahora que estoy en la calle, estoy viviendo en carne propia lo que es la discriminación". Creo que no me dejo pensando, me dolió. Pero me hizo acordar a cual era nuestro norte. Hacer la del buen samaritano, bajarnos del caballo, estrechar las manos y compartir la vida. Ser como el buen samaritano que cura heridas, que pone el hombro para cargar.

En un mundo donde se escapa del dolor, donde se banaliza el mal, donde todo es ya y ahora, Donde algunos dicen que Dios a ha muerto, nosotros queremos bajarnos del caballo y que el encuentro sea eterno. Buscar la divinidad en esos recovecos de la civilización, confiados en que esta allí,

En estos días de frió, fíjate si te podes bajar del caballo, es el primer paso.





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